viernes, 31 de julio de 2009

Nombres



Ya hace tiempo que ha decaído la españolísima tradición de endiñarles los padres sus propios nombres a los hijos, algo así como para dejar en la perpetua memoria el abolengo de una familia, sin ir más lejos yo soy la tercera generación en la cual el nombre de varón ha pasado al primogénito. De seguir con esta costumbre, no habrán de pasar muchos años para que sea una digna rareza encontrarse con un Manolo, Pepe, María o Carmen, nombres muy usuales y de gran arraigo en este bendito país.

Quizá para romper esta onomástica tan usual (o para distinguirse del resto) los más señoritingos desempolvaron en su momento los David, Moisés o Elías, nombres de barbudos y honorables barones bíblicos. Hablando de nombre bíblicos, nunca he conocido a ningún Caín o a un Judas (como nombre propio me refiero), siendo estos también de la misma relevancia, o más si cabe, que los anteriores en el desarrollo de nuestras Sagradas Escrituras.

Pero dejando aparte ciertas caprichosas exclusiones y puestos a elegir nombre antiguos con verdadera enjundia y reputación, yo sin dudarlo, en lo tocante al género femenino me quedo con Minerva, diosa griega de la intelectualidad y la medicina, o Cleopatra, como la exuberante reina egipcia, cuya belleza ha sido motivo de inspiración para pintores, escultores y literatos a lo largo de los siglos.

En cuanto a lo masculino, me decantaría por Claudio, Adriano, Constantino, nombres de aquellos gloriosos emperadores romanos, que con el simple gesto de agachar un dedo en la tribuna del circo mandaban a criar malvas al mejor gladiador, y se quedaban tan panchos pellizcando una uva negra.

Hay, en nuestro prolífico santoral, tan prestigiosos como abundantes nombres a los que echar mano para alternar esta moda. Pero por lo visto la moda actual es la inclinación hacia nombres extranjeros de los famosos del cine o de las revistas para mentes poco ocupadas. De ahí que sea habitual oír Kevin, Jhonatan, Franz, Elizabeth, Davinia o Vanesa, cuyo diminutivo (Vane), suena fatal, aparte de despedir cierto tufillo de catetura. Y no es que me desagraden esos nombres de personajes tan célebres. Es más debo admitir que algunos pueden sentirse orgullosos porque otorga cierta distinción contar entre la familia con una Ingrid (la hermosa protagonista de Casablanca), o un Elvis, que recuerda al genial cantante.

También hay que pensar que en los tiempos actuales en los que el movimiento migratorio es abundante, nos encontramos con nombres tan exóticos como Lee, Mohamed, Fátima, Alexander, Abigail, Tatiana y un sinfín que ahora no me vienen a la cabeza. No me imagino a la generación de mis abuelos, de mis padres, ni siquiera la mía llamándose de esa forma.

Nombres célebres y extranjeros que vienen a refrescar nuestro vetusto y apolillado santoral. Lo malo de estos nombres adoptados más que nada por su exotismo es que cuando se les coloca el apellido típicamente español ya pierden su encanto. Veamos unos ejemplos: Ingrid Martínez, Mohamed Rodríguez, Alexander Pérez, Elvis López…
Conclusión. Con lo fácil que es poner un nombre y lo que se complica la gente.

domingo, 26 de julio de 2009

Un pueblo cualquiera


La envidia siempre es envidia. Supongo que se inventó el término envidia sana para disfrazarla, cuando realmente no deja de ser un sentimiento de querer o de ansiar lo que otra persona tiene y, es posible que, nunca se alcance. Pues bien, en cierta forma, yo tengo envidia, diré que sana para que quede más diplomático, de la gente que vive en los pueblos.

Al referirme a pueblo no lo comparo con nada, donde yo vivo hay 44.000 habitantes pero si lo comparamos con Madrid, por ejemplo, apenas somos una aldea. Cuando me refiero a pueblo, lo que para mí sería lo ideal, pienso en núcleo de gente no superior a 2.000 vecinos.

Siempre he creído que el vivir en un pueblo no deja de ser un privilegio, un privilegio destinado a unos cuantos. Es evidente que la ciudad, entiéndase como ciudad grandes centros urbanos, tiene unas ventajas, pero es posible que si ponemos en una balanza unas y otras ganen las del pueblo. El pueblo te da una libertad que no puede darte una ciudad. Con esto no quiero decir que la segunda sea una cárcel pero hay elementos, situaciones, vivencias que hacen que así sea. Son cosas inexplicables. Paradójicamente, hay más gente de ciudad que querría vivir en pueblo que gente de pueblo que quisiera vivir en ciudad.

Posiblemente al pronunciar la palabra pueblo o decir que alguien es de pueblo, se suele asociar a incultura, España profunda o catetismo. Conozco gente que piensa así. Nada más lejos de la realidad. De hecho ¿Cuánta gente de ciudad se va a los pueblos a veranear? ¿Cuánta gente de pueblo se va a la ciudad a veranear? Es pura lógica. Por eso me resulta cómico que los paletos de ciudad, que hablan con menosprecio de los pueblerinos, cuando llega el periodo estival arrasan la tranquilidad de estos sin importarle nada. De todas formas habría que preguntarle a esos pueblerinos que piensan de los ciudadanos que los invanden en ciertas épocas.

Quizá haya quien piense que la ciudad es lo mejor por todo lo que posee y que se echa de menos en los pueblos, bueno, para gustos los colores. También es cierto que si a una persona, acostumbrada a la apacible vida del pueblo la sacan de su entorno y la llevan a la ciudad lo pasaría mal, muy mal. Aunque no sea un hecho real, pero el ejemplo de esto que digo podría ser el caso de Heidi. Creo que todos lo conocemos y no hace falta explicarlo.

En fin, espero que la imagen romántica de pueblo, la de inviernos fríos, veranos calurosos con noches frescas, montañas protectoras, río cercano, olor a pan, canto del gallo por la madrugada, paseos entre caminos de vegetación virgen, tranquilidad y cualquier idea que pueda sugerir esa palabra, no se rompa nunca. Que los especuladores no alteren esa idiosincrasia en beneficio de aquellos que viven en las ciudades y creen que pueden alterarlo todo construyendo horribles chalets que rompen con todo el ambiente. Gente que dice que se va al pueblo a descansar pero que no podría vivir porque allí no hay nada. Y yo me pregunto ¿No hay nada? Simplemente hay libertad.

Dedico esta entrada a una persona que tiene la suerte de vivir en un pueblo y que me ha animado a escribir sobre ello.

sábado, 18 de julio de 2009

Virginidad frustrada


Mucha gente me había advertido que este momento llegaría. Que cualquier día eso ocurriría. Yo no solía hacerles caso y siempre tomaba las advertencias con cierto tono de desafío. Ciertamente crees que eso no te puede pasar a ti pero cuando ocurre te das cuenta que no todos estamos exentos del destino providencial de las palabras, de los hechos y de los escritos. Bueno, me da un poco de vergüenza contarlo porque es algo novedoso en mi vida y no ha sido como me esperaba, quisiera que hubiera sido de otra forma y, entonces, me podría sentir orgulloso porque hubiera valido la pena, pero así, no sé. Tampoco hace falta ocultarlo más, a unos les sale mejor y a otros peor, voy a contarlo para tratar de olvidar, cuanto antes, tan vergonzoso acontecimiento.

En un foro de mi pueblo, en el que suelo escribir, se estaba comentando un tema que estaba bastante caliente, respuestas subidas de tono y eso parecía una bomba. Hay una usuaria que usa el nick de “Pepera” (no hay que explicar nada ¿verdad?) que ante una cosa que yo dije ella me contestó:


benito no tienes razón en lo que dices del p.p,se dicen tantas mentiras del pp con el unico proposito de hacer daño,para que no ganen las eleciones,pp no negocia con asesinos,el psoe si,mañana no,pasado no lo se,queremos las cosas claras,que nos dejen de hacer daño con mentiras, ya son muchas las barbaridades que ha dicho del pp,pero no hay ni una sola persona que pueda demostrar con documentos las falsedades que se dicen del pp! ni una!!!


Sí, yo también pensé lo mismo. La verdad que la chica anda un “poco peleada” con Nebrija. De todas me alegro que sea del partido que es. Para mí es un alivio. Pues bien, ante semejante anacoluto, yo le contesté lo siguiente:


Seguro que estás todo el día con inyecciones y pastillas para el dolor e incluso tienes ambos brazos en cabestrillo, de ahí tus faltas de ortografía.


En esos momentos empezó todo y de ahí mi frustración. Al leer ella eso le mandó un correo al administrador, diciéndole que lo iba a mandar a juicio por publicar mi respuesta, y a mí por haberla llamado ¡¡drogadicta y pastillera!! Por lo visto, últimamente, entre las gentes del partido conservador, mandar a juicio o estar siempre en los tribunales se ha convertido en un deporte. Claro en esos momentos no sabes que pensar, bueno si que lo sabes, en mi caso fue: “Esta tía es tonta, pero tonta, tonta, con dos tes” Era la primera vez que alguien me había amenazado con llevarme a juicio y me encontraba sorprendido, sobre todo por la chorrada que era, sin hacer demasiado caso. Me cabreaba más el que me hubiera amenazado por esa chorrada que la amenaza en sí. Casualmente, por la tarde vi a un amigo abogado, salió el tema y creía que le vacilaba. Por lo visto suele ser un recurso muy sencillo amenazar con un juicio pero al mismo tiempo es muy costoso así que suele quedar en una bravuconada, solamente.
Por eso tengo esa sensación extraña. Reconozco que he escrito cosas un poco fuertes y no ha ocurrido nada. Tampoco suelo insultar, es cierto que uso la ironía pero creo que el problema es del que lo lee y no del que lo escribe. Pero que alguien, que apenas sabe escribir, que sus únicos argumentos son que el PP todo lo hace bien, que viva la alcaldesa guapa y que todo lo de Camps es mentira, se atreva a amenazarme con llevarme a juicio pues la verdad que ha herido mi orgullo. Supongo que estas cosas nunca son agradables, pero, por lo menos, si fuera otra persona (me dan igual peperos o sociatas) pero con otra preparación y diálogo, pues aún podría presumir, pero ¿de esta forma? Mi primera vez, mi desvirgue de amenaza judicial y es por alguien así… En fin, hay días en los que es mejor no encender el ordenador, pero creo que podré superarlo, aunque mi virginidad haya sido tomada por quien no debía… Esto suele pasar siempre.

sábado, 11 de julio de 2009

Ilusiones rotas

Después de tanto tiempo fuera de casa, me apetecía ver a mis amigos. Sentía una especie de nerviosismo y de emoción propia del momento ¿Cómo les habrían ido las cosas durante este tiempo? ¿Qué cosas nuevas tendrían que contarme? Aunque solamente habían pasado unos meses parecía más tiempo, es lo que sucede cuando te alejas de las cosas habituales y luego vuelves, se teme que hayan cambiado demasiado.
Quedé con todos en el bar en el que solíamos coincidir los sábados. Me apetecía verlos de nuevo y contarles y que nos contásemos cosas, pero también me apetecía disfrutar en soledad de ese lugar al que asistía y en el que tan buenos momentos he pasado. Así que salí de mi casa una hora antes para dirigirme al lugar de encuentro. Una vez allí y saludada la gente conocida, me pedí un bombón con hielo y cogí el periódico para leerlo con calma. Quería saborear la sensación de estar de nuevo “en casa”. Llevaba unos diez minutos y de repente una voz me saludó:

Parece que no haya pasado el tiempo ¿verdad?

Esa voz me resultaba familiar, levanté la vista y allí estaba Él. Como por intuición, Plácido, también había decidido llegar pronto a la cita. Me levanté y nos abrazamos.

¿Cómo te va todo? – le pregunté con una sonrisa en los labios.

Bien, esperando las vacaciones que ya me hacen falta. – Me contestó sentándose en la mesa.

¿Qué es de tu vida? ¿Qué tal todo? – preguntó mientras removía el café que el camarero le había servido.

Bueno, supongo que si te lo cuento todo ahora después te aburrirás cuando vengan los demás porque lo tendré que repetir y será más de lo mismo, así que... si no te importa luego os cuento. Pero en líneas generales estoy bien. – Contesté – ¿Y tú? ¿Qué me tienes que contar de nuevo? – Pregunté para hacer tiempo mientras venían los otros amigos.

Bueno, de momento voy tirando, que dados los tiempos que corren no es poco. – Dijo con resignación.

Me dejas sorprendido. – Le contesté. – Si no te conociera pensaría que ese “voy tirando” esconde algo.

Tú siempre tan perspicaz. La verdad que siempre hay algo que contar. – Contestó con tono lacónico.

¿Qué te ocurre? ¿te has casado y estabas borracho? – Dije en tono jocoso para romper un poco el hielo y que se sintiese cómodo.

Bueno, supongo que será mejor que te lo cuente. Estos ya lo saben y mejor que te enteres por mí que no por otros. – Dijo resignado.

¿Recuerdas que te dije que había conocido a una chica y que estábamos empezando una relación? – Me preguntó.

Si – le contesté yo – la verdad que estabas muy pesadito, al menos cuando yo me fui, siempre hablando de ella. –

Pues bien, empezamos la relación y todo iba, aparentemente, bien… hasta que dejó de ir y lo hemos dejado. – Su cuerpo se movía por el movimiento incesante de sus piernas y al mismo tiempo daba vueltas con la cucharilla al café.

Vaya, lo siento. La verdad que se te veía muy bien y quería preguntarte por ella. Menos mal que me lo has dicho y no he metido la pata. – Dije sin saber que decir.

No te preocupes, no me hubiera molestado. Hay veces que las cosas pasan sin saber por qué y hay que estar preparado, o al menos procurar estarlo.

Plácido, hay cosas a las que por muchas veces que te hayan pasado nunca te acostumbras. Cada cosa, cada situación, cada momento se vive de una manera distinta, ni mejor ni peor, es distinto. Aunque suene exagerado te voy a poner un caso que como ejemplo me sirve: A una madre que se le muere un hijo lo sufrirá y lo llorará y si se le muere otro pasará lo mismo aunque la situación sea distinta, pero el dolor es el mismo. Pues esto es igual y aunque estés preparado siempre te golpean y acaba doliendo. Espero que entiendas lo que te quiero decir, aunque claro es muy fácil verlo desde fuera, quizás si supiera… ¿Qué pasó?

¿Qué paso? Ni siquiera yo llego a entenderlo. Es una de esas cosas que no te esperas que salgan nunca por donde acaban saliendo y al final no hay solución, o no se quiere que haya. Nosotros nos llevábamos bien, lo pasábamos bien y creo que, al menos por mi parte, era una relación bonita, apasionada, ideológicamente compatible, intelectualmente complementaria y sexualmente compenetrada. Pero… en ocasiones lo sólido se fractura y te das cuenta que hay algo falla. Posiblemente era como tenía que acabar, porque era todo idílico pero había una cosa en la que no podíamos coincidir. Algo lo suficientemente importante como para romperlo todo por fuertes que fuesen sus cimientos y eso es, al final, lo que yo creo que ha hecho que todo terminara.

No te entiendo, me parece que estás dando vueltas sin contar realmente lo que sucedió. Evidentemente, no tienes ninguna obligación de hacerlo. – Dije ante semejante acertijo que me había soltado.

Muy bien, iré al grano. – Respondió firmemente. – Te he dicho que todo iba bien y apenas teníamos problemas ¿no? Pues bien, un día dije algo que no debía acerca de un lugar al que debíamos ir. Simplemente dije que no me gustaba, expresé una opinión y ella no lo entendió así. Creía que la ignoraba con mis palabras ¿cómo podía pensar eso? Traté de explicárselo por activa y por pasiva pero no había forma de hacerla cambiar y yo no sabía qué hacer, no sabía cómo explicárselo. Ahí empezó todo. Eso fue la chispa que encendió la mecha de viejos fantasmas que volvieron a aparecer. –

Desconozco si ese sitio sería importante o no, pero no me parecen motivos suficientes para empezar a romper algo. Tú expresaste una opinión y conociéndote no creo que lo dijeses para ofenderla y ella, si te conocía no debería habérselo tomado así. No sé, pero si algo sale del corazón se debe entender y si tú en ese momento lo pensabas ella debería haberlo entendido como tal y en absoluto un ataque o un menosprecio. Lo siento Plácido, pero no me parece un argumento lo suficientemente fuerte como para estropear algo que dices que era tan sólido. Pero ¿a qué fantasmas te refieres? ¿Qué quieres decir con que volvieron a aparecer? – Le pregunté, sorprendido por sus argumentos y curioso por su relato.

Como te he dicho eso fue el principio del fin. Ella se agarraba a eso como que ya no era lo mismo que algo se había roto y yo, no sabía qué más podía decir. En ocasiones el perdón no sirve de nada, no para uno mismo, sino para los demás. Eso desemboco en otro tema que era problemático, algo que para los dos suponía un problema muy grande. Lo suponía por dos motivos, porque yo no estaba dispuesto a renunciar a algo y ella tampoco. Yo quería tener, al menos, la oportunidad y ella no estaba dispuesta a darla. Aquí no se trata de inocentes o culpables ni de razones falsas o verdaderas, simplemente se trata de anhelos, ilusiones y ganas y si eso no se tiene no se puede obligar a nadie a que tenga los mismos que puedas tener tú. – Esto es lo que me contestó, parando para dar un sorbo de café y mientras yo aproveché para preguntarle.

¿A qué te refieres? ¿Qué anhelos son esos? ¿Cuáles eran para ser lo suficientemente importantes como para terminar una relación?

Supongo que es difícil de explicar cuando no se tienen ciertas cosas. Verás yo espero algún día poder sentarme con mi hijo y enseñarle a sumar, a leer, cambiarle los pañales, bañarlo, llevármelo a la montaña, enseñarle todo, poder transmitirle cosas, valores, ver como algo tuyo crece y compartes todo lo que puedes. – Me contestó con un brillo en los ojos.

O sea que quieres ser padre ¿no? ¿Y cuál es el problema? Ya te llegará, como supongo que a mí... sí me tiene que llegar. – Le dije con naturalidad.

Precisamente ese es el problema, que nunca me hubiera llegado, no hubiera sabido nunca lo que eso significa. – Su tono de voz había cambiado, hablaba con tristeza.

¿Por qué? Eso tú no lo sabes, quizás sí o quizás no. – Le respondí.

Seguro que no. El problema radicaba ahí. Ella no quiere tener hijos. No ahora sino nunca. Es una decisión que tiene tomada desde hace años. Lo hablábamos y era un tema muy espinoso que nos llevaba a discusiones. Sabíamos que el problema ese podía saltar pero continuamos, ambos, con la esperanza que el otro cambiase de opinión... Pero no fue así. Yo le decía que no quería tenerlos por obligación, es posible que llegado el momento yo no pueda o ella no pueda y no pasa nada, no los tenemos y sin problemas, simplemente se trata de oportunidades, de tener la oportunidad de poder cumplir un sueño, un anhelo, de tener la oportunidad de ser padre, pero esa oportunidad se me negaba sin ninguna posibilidad, por mínima que fuera esa puerta sabía que la tenía cerrada desde el primer día y ante eso ¿qué hacer? Ahora no suponía un problema muy grande, pero pasado un tiempo si la relación hubiera seguido, estoy seguro que hubiera sido un problema. Por ello, a raíz de lo que dije salió este tema y decidimos darle una solución y nos dimos cuenta que no había otra que dejarlo.

Yo permanecía apoyado con los codos en la mesa, la mano derecha apoyada en la cara y con la izquierda cogí un cigarro y me lo encendí. La verdad que no sabía muy bien que decir. Entendía lo que Plácido me decía, pero también la entendía a ella. El no puede obligarla a intentar ser madre ni ella puede quitarle la ilusión de poder ser padre. Di un par de caladas al cigarro y contesté:

Plácido, creo que habéis hecho lo mejor. Supongo que la decisión no habrá sido fácil para ninguno de los dos, pero hay veces que es mejor perder que más perder. Yo creo que nadie nace queriendo ser madre puesto que madre se hace, no se nace, del mismo modo que padre. Quién sabe. Cada uno sabe lo que gana y lo que pierde en la vida con las decisiones que tome. Evidentemente esta es lo suficientemente importante como para ser tomada en serio. Poco más te puedo decir ¿Tú cómo estás? ¿Habéis vuelto a hablar?

No. – Me contestó tímidamente. – No nos hemos llamado ni nada. Ella dijo que mejor que no lo hiciéramos nunca. Supongo que en el fondo es lo mejor ¿de qué puede servir? ¿Acaso solucionará algo? ¿Sabes una cosa? Yo la quería. Me encantaba oírla recitar poemas, me quedaba ensimismado cuando me decía uno de Quevedo dedicado a Góngora. Era genial, todo en ella lo era. Su mirada con una inocencia que se veía si observabas sus ojos, su sonrisa sobre unos labios perfectamente delineados, su nariz, me gustaba observarla de perfil… Era puro fuego que dejaba el corazón helado cuando acariciabas su piel mezclado con su perfume, un perfume cuyo olor todavía recuerdo. Son muchas cosas, Marino, que prefiero tenerlas para mí. Eso, si me lo permites déjamelo solamente era nuestro, ahora es mío.

Se notaba, por su descripción, que estaba afectado, aguantaba el tipo para no estallar en lágrimas. Plácido era así. Estoy seguro que en otro lugar, a solas, se hubiese echado en mis brazos en busca de consuelo, pero en el bar no lo quería hacer. Yo lo miraba, callado, esperando que dijera algo. Cualquier cosa me hubiera valido, desde que nos fuéramos hasta que nos quedásemos. Creo que necesitaba hablar y yo no podía proponerle nada mejor.

Sigo teniendo su teléfono, el que usaba con ella. – Siguió contando. – La verdad que no espero que me llame pero no me importa. Yo tampoco la llamaré. No, no es por orgullo simplemente porque me mueven cosas y sé que sería doloroso para mí que me dijera que ha conocido a alguien, aún sin ningún derecho hacia ella por mi parte, pero a mí me dolería ¿entiendes? Sentiría un pinchazo en el estómago y no me apetece. Prefiero, simplemente, pensar que le irá bien, que cumplirá sus sueños y será feliz. Con eso me conformo. Le deseo lo mejor.

Entiendo lo que dices. – Le contesté. – Alguien con quien has compartido cosas, aunque le desees lo mejor pero siempre hay algo que duele. No creo que las personas seamos objetos que ni sintamos ni parecemos y donde ha habido llamas quedan brasas así que si eso es lo que sientes creo que no haces mal.

Supongo que es lo mejor, al menos yo, no puedo olvidar las cosas tan rápido y todavía están ahí. No es como un traje que lo lavas y mientras te pones otro, no, no es así. De todas formas espero que ella pueda entender que no la llame, que entienda que si no lo hago no es por orgullo, eso no sirve de nada, lo hago por mí y también por ella. Y encima mi madre, de vez en cuando, me suele preguntar. A ella no le he contado las razones, solamente las sabes tú.

Terminando de decir esto me di cuenta que el mentón le temblaba y que los ojos se le pusieron cristalinos. Plácido no pudo aguantarse y un par de lágrimas salieron rodando por su mejilla. Yo le di un par de palmadas en la espalda y lo consolé con las únicas palabras que se me ocurrían:

Plácido, seguro que ella lo entenderá. Seguro que piensa lo mismo. Creo que difícilmente podrá olvidarte y nunca podrá decir cosas malas de ti.

Plácido me miró y asintió. En esos momentos se levantó de la mesa.

Un segundo voy al servicio.

Me dejó allí solo, cabizbajo durante un minuto, pensando en su historia. En esos momentos alguien me dijo:

¿Podemos sentarnos o nos quedamos de pie?

Yo levanté la cabeza y allí estaban un par de amigos con los que había quedado. Me levanté y les di un abrazo.

¿Estás solo? – Dijo otro.

No, Plácido acaba de llegar y está en el servicio, ha entrado muy rápido, casi sin saludar. – Le contesté.

Justo en ese instante salía Plácido con los ojos y la cara goteando. Se sentó en la mesa y me preguntó:

¿Qué es de tu vida? ¿Qué tal todo?

Ahora ya podía contarles mis últimos meses.

sábado, 4 de julio de 2009

Vacaciones sedentarias


Ya estoy de vacaciones. Ayer volví a mi pueblo para pasar el verano. Hace bastante calor, aunque he de decir que no es el mismo "zó" ardiente de Sevilla. Es distinto, aunque aquí es más pegajoso por la proximidad con el mar.

Hace tiempo que vengo planeando lo que haría una vez llegase Julio. La idea era estar unos días aquí y después salir. Mis planes eran pasar unos días por Zaragoza y Navarra para visitar a unos amigos, estar allí con ellos y después ir a Soria para alejarme del mundo y recargar las pilas, algo muy necesario después de un año extraño. Seguramente estaría dos semanas fuera, a mi antojo, sin condicionantes temporales ni horarios que cumplir.

Pero no, no va a ser posible. Decía Cervantes en su inmortal novela para referirse a alguna desgracia que les ocurría a los protagonistas que “el diablo nunca duerme…” pues bien, eso mismo puedo pensar yo. No sé si será cosa del diablo o de un castigo divino, el hecho es que no voy a poder moverme en todas las vacaciones.

Todo empezó hace un par de semanas, cuando aprovechando un fin de semana me desplacé a Madrid por unas reuniones a las que debía asistir. Salí viernes de madrugada y llegué a Madrid sobre las 9 de la mañana. Después de todo el día decidí quedarme allí y regresar al día siguiente a Sevilla.

Pues bien, a principios de semana me llamó mi madre diciendo que me había llegado una multa del día que me iba a Madrid. Por lo visto, un radar fijo me había pillado a 103 Km. /h cuando la señal marcaba 60, subiendo por Despeñaperros. Ante tal situación poco se puede decir. La sanción es de 4 puntos, 370 euros y un mes de retirada del carnet ¿Qué voy a decir yo? La sanción me parece excesiva porque no es una gran velocidad pero supongo que la ley es la ley, para algunos, y como yo formo parte de esos algunos pues tengo que pagar por ello.

Pero no es que me irrite el pagar (bueno sí, lo admito), pero lo que me parece más vergonzoso es que cuando pregunté que alternativas había a esa sanción (recursos y esas cosas) me dijeron que podía pagar 780 euros y no me quitaban puntos ni me retiraban el carnet. Personalmente esta solución me parece vergonzosa, o sea, un tío que pueda permitírselo, puede ir a la velocidad que le dé la gana que luego pagará (si lo pillan) pero no le retirarán el permiso ni le quitarán puntos ¿no? ¿Para que sirven las campañas de tráfico si con dinero se suplen las faltas?

En febrero me quitaron 3 puntos, yo iba a 140 Km. /h y la carretera era de 90, y ahora 4. Todavía me quedan 5 pero tampoco voy a tentar a la suerte. Volviendo a casa cada señal que veía la respetaba escrupulosamente. Creo que me he vuelto un hipocondríaco de las señales. Si el niño de El sexto sentido, en ocasiones veía muertos, yo veo radares, me daba la impresión que hasta los teléfonos de SOS eran radares camuflados. Cada vez que veía un cartel de “Por su seguridad, control de velocidad” yo pensaba “y también por mi bolsillo”.

No soy de trenes ni de autobuses así que, como ya he dicho, tendré un verano muy sedentario. A no ser que “engañe”, cosa que dudo, a alguien para que me lleve donde quiera aquí me tendré que quedar. Volveré a los veranos de bicicleta como hace ya muchos años (espero que así no me sancionen).


P.D. Los que cojáis el coche ir con cuidado. No podéis imaginar el cuerpo que se queda cuando a uno lo multan y no os lo aconsejo.