martes, 23 de octubre de 2012

Lo que no dijo Plácido



Me alegra haberte visto. Hacía ya mucho tiempo que no nos veíamos.
Sí yo también. La verdad es que alguna vez pensaba, ¿qué será de esta chica? Pero entre unas cosas y otras nunca te llamaba.

Había coincidido con Marian, una amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía y hacía buen rato que nos habíamos sentado en una cafetería a tomar un café y a hablar de nuestras cosas. Siempre habíamos tenido una relación muy cordial que no iba más allá de la pura amistad. Como pasa siempre, la vorágine hace que sigas tu vida y aunque no te olvides de la gente es inevitable que la relación no sea tan fluida.

Y dime Marino, ¿qué sabes de él? ¿Qué sabes de Placido?

 La miré fijamente con un gesto de seriedad, ya que no esperaba la pregunta.

Está bien, muy bien. Hace unos días que estuvimos hablando y me contó que tiene un proyecto entre manos que le ocupa parte de su tiempo. Está bastante ilusionado en general; hace tiempo que no lo veía así.

Ella hizo una mueca parecida a una sonrisa melancólica y se encendió un cigarro sin decir nada. Yo la miraba mientras apuraba el café que me quedaba en el vaso. Por unos instantes se hizo un silencio que parecía que se podía cortar. Hasta que ella dijo.

Me alegro escuchar eso, no sabía nada. Hace tiempo que no sé de él.
Sigue teniendo el mismo número de teléfono y el mismo correo electrónico.- Le contesté.

Volvió a hacerse el silencio esta vez más prolongado que el anterior. Circunstancia que aproveché para pedir otro café para mí y otro para Marian al ver que su mano, con dos dedos levantados, me indicaba que quería otro.

El puede llamarme cuando quiera, yo lo considero mi amigo. Sigo siendo la misma.

En esos momentos no supe que pensar. Podría optado por haberme callado y haber dicho que sí. Allí tenía a una buena amiga hablándome de Plácido, mi mejor amigo. Con el que tantas horas había hablado. Plácido me contó la historia que había tenido con Marian. En el momento en el que ella dijo eso volvieron a mí las conversaciones de dolor que yo había tenido con él cuando me desnudaba su corazón y solamente podía ver amargura. Por todos esos momentos creo que se lo debía.

Marian, yo lo sé todo. Plácido me lo contó.

Lo suponía, por eso te digo esto, porque eres tú y sé que lo sabes. Solamente te digo que sigo siendo la misma, que no he cambiado, que…

No- dije interrumpiéndola –Tú no eres la misma. Tú no eres la misma Marian que él conoció. Tú cambiaste, de un día para otro, sin saber por qué, sin haber ninguna razón. Lo dejaste perder todo por nada. Me dijo que al principio te cantaba el estribillo de una canción: “Se te nota en la mirada que vives enamorada”… y ahí él se callaba. La segunda parte sigue así: “… Te ha acompañado la suerte. Han debido de quererte tanto para que me olvidaras…”, ¿verdad que así ha sido? - dije de modo sarcástico.
Bueno, si esa es tu opinión la respeto- me dijo dándole un sorbo al café y encendiéndose de nuevo otro cigarro.
Marian, tú lo sabes tan bien como yo. Aunque él no me lo hubiera contado lo hubiera supuesto, ¿y sabes por qué? Porque lo conozco, porque hablaba con él y me hablaba de ti. Solamente escuchar tu nombre salir de sus labios demostraba ternura, amor e ilusión. Lo sé porque son muchos años los que lo conozco. Y eso, Marian, eso, no lo supiste conservar, no lo supiste cuidar. Lo dejaste perder.
Dices que “tú sigues siendo la misma”. No, eso no es cierto. Tú no eres la mujer que él conoció. Tú no eres la mujer que quería estar con él y con la que él quería estar. No eres la mujer por la que él esperaba que pasase el tiempo para estar contigo. La mujer con la que el tiempo era una circunstancia y la distancia se medía en el tiempo que se tardaba en recorrer para volver a estar juntos. Es mujer se fue, desapareció sin más, incluso dudo que algún día hubiera sido real porque de haberlo sido continuaría estando. Se esfumó de un día para otro, ¿y sabes qué es lo peor? Sin razón, sin nada a cambio. ¿Y aún dices que sigues siendo la misma y no has cambiado? No, Marian, no, tú no eres la mujer de la que Plácido se enamoró.

Ella me miraba con gesto serio sin decir nada.

¿Y dices que continúas siendo su amiga? Perfecto, no lo dudo y estoy seguro que él así lo cree pero hay cosas que no se olvidan tan fácilmente. Lo que no entiendo es como tú puedes hacerlo. ¿Tú puedes pasar de estar con alguien y pensar que es “lo que jamás hubieras imaginado en tu vida” a verlo como un amigo? Yo, como he estado enamorado y he querido te puedo asegurar que eso es imposible, no se puede. La única respuesta que encuentro es que nunca lo has querido, que todo fue una mentira y esa es la sensación que él me ha transmitido. Si con él no has sabido ver todo lo que vivisteis y cuidar lo que tenías… ¿crees que lo harás algún día? Sabes que, para bien o para mal, él nunca se ha equivocado cuando te ha dicho alguna cosa.
Después de lo que tuviste y viviste antes de conocerlo, ¿cómo no lo conservaste Marian? Estoy seguro que ha sido el hombre que más te ha querido; estuvo a tu lado en la peor etapa de tu vida, porque era él y nadie más aunque pienses lo contrario, cuando lo más fácil hubiera sido pensar que no tenía necesidad de complicarse la vida no lo hizo y estuvo siempre a tu lado, siempre, incondicionalmente, nunca te presionó, nunca te puso cadenas, siempre respetó y esperó a que tus cosas se solucionaran, hubiera ido contigo a cualquier lugar, ¿quién hubiera hecho eso si no es porque realmente te quiere?… y tú lo dejaste perder por… ¿por qué? No lo sé.
Aún así, después de aquello, estuvo un año a tu lado ¡un año! Esperando que volviera aquella mujer que él quería, que le dijera que volvería a abrazarle las piernas por debajo de la mesa.
Pero no volvía, al contrario, todavía se alejaba más, simplemente era un recuerdo y, aunque tú no lo vieras, sufría esperándola. ¿Y me dices que no has cambiado y sigues siendo la misma? Yo me pregunto, ¿qué Marian es la verdadera? Supongo que ésta, la que está aquí delante de mí… la otra era una ilusión, algo falso que no existió.
Esa es tu opinión. Aquello pasó, las cosas pasan.
Sí, es cierto, aquello pasó y por eso te estoy diciendo esto, porque tú me has preguntado por él. Si no os conociera como os conozco ten por seguro que sería un tema en el que no entraría.
No somos unos críos para andar con tonterías. Somos adultos para saber qué es lo que queremos y saber a quién vamos a tener a nuestro lado incondicionalmente pese a todo. A no dejarnos encandilar por cantos de sirena y a tener los pies en el suelo. Marian, tenemos una edad para saber que es real y verdadero y qué fruto de una ilusión. Con una edad y unas experiencias vividas las cosas se tienen que valorar… y tú es algo que no has sabido hacer o no has querido hacerlo. Lo vuestro no era una aventura temporal. Dejaste perder al hombre que más te ha querido y al que hubiera estado contigo sin importarle nada. Tú, que decías que preferías el ‘aquí y ahora’, cuando lo tuviste no lo supiste cuidar. Yo sabía de vuestra relación porque, como te he dicho antes, una luz salía de sus ojos al nombrarte y si por lo que tuvisteis no luchaste es que hay algo que no has aprendido. Quizá hay mujeres que no saben querer, no se merecen que las quieran o necesitan a su lado hombres que las traten de una forma ‘distinta’ y no como, por ejemplo, te trató a ti Plácido. En la vida hay oportunidades que pasan una vez, pasan dos, pero no pasan tres y tú tuviste esa segunda oportunidad durante todo un año a tu alcance. Algún día Marian, algún día te darás cuenta.
Porque lo sé todo puedo decir que es el hombre que más ha luchado por ti, el que más te ha querido, aunque no lo creas, pero también sé que, posiblemente, eres la mujer que más daño le ha hecho. Llega un momento en que tiene que parar y él decidió que ya había tocado fondo y no podía continuar así mientras tú tomabas otro camino. No hay más. Marian, le dijiste cosas que yo jamás le hubiera dicho a alguien que se hubiera portado y hubiera estado conmigo como él lo estuvo contigo. No fue él, fuiste tú quien lo alejó, quien quiso alejarlo y él en cierto momento decidió que tenía que hacerlo; tú le obligaste a ello. Entonces, por favor, no digas que “no has cambiado y que sigues siendo la misma”.
Esa nunca ha sido mi intención. Yo jamás he querido hacerle daño.
Marian, yo no digo que esa fuera tu intención. Simplemente digo que querer a alguien es luchar por ese alguien; Plácido lo hizo y demostró que te quería como nadie te ha querido y tú lo dejaste perder por nada. Fantasías humo e ilusiones falsas.
Pero te aseguro que no te guarda rencor. Simplemente decidió que no merecía la pena seguir luchando por ti.
Después de habértelo contado, ¿te ha vuelto a hablar de mí?

De repente sonó mi móvil. Como si fuera una jugarreta del destino vi un nombre en la pantalla.

Disculpa, Plácido me está llamando…

Ella se encendió otro cigarro.


sábado, 20 de octubre de 2012

Escribir


Escribir es descifrar, compartir, darle un nombre a los deseos y ponerle carne al viento.
Escribir es dibujar el rostro que se anhela, construir el espejo que nos diga quiénes somos, esculpir un cuerpo cuando la soledad se vuelve intolerable o crear un rincón solitario donde poder hablarnos, callarnos, dialogar con los muros y las sombras.
Escribir es buscar un espacio cuando todos los espacios están llenos o vacíos; crear un tiempo aparte.
Escribir es hacer que las palabras se conviertan en cielo, en mesa o en un ojo que nos mire piadoso a veces implacable.
Escribir es ser la costilla del texto; es descubrir que cualquier ausencia puede transformarse en un otro presente, que se sienta a observarnos a través de las letras; es saber que uno puede elegir cuándo morirse; cuándo renacer; cuándo aullar; cuándo sentarse a escuchar los caminos; qué silencio morder; en qué palabra hundirse; qué nervio dejar entre las hojas; alrededor de qué obsesión danzar y danzar gozosos, hasta que amanezca; elegir lo que es verdad y lo que es mentira; qué nostalgia reservarse para la próxima vez, pero, sobre todo, escribir es descubrir los nombres que nos conforman; las palabras que nos crearon como somos; saber que alcanzar; conocer las letras que nos pertenecen y nos permiten cambiar nuestro pasado o entenderlo; crear nuestro presente eligiendo la palabra precisa y caminar hacia un futuro con el rostro develado o develándose siempre a través de los nombres humildes, de los vocablos fértiles, de los silencios grandes.
Escribir es comprender que cada mundo creado en la palabra es un mundo posible de encarnarse en una realidad vital. Que la palabra es cosa seria, pero que nos permite reírnos de nosotros mismos y de este mundo de encuentros y desencuentros de este mundo en el cual nada es posible si no se dice lo que se quiere, si no se expresa lo que se piensa, si no se transmite lo que se siente, si no se habla puntualmente, si no se eleva un pensamiento, si no se sabe callar cuando es preciso. Si no entendemos que sólo cuando la letra entra en el polvo nace el hombre. Que somos polvo pero podemos ser, si nos juntamos, tan inmensos como el desierto de todas las revelaciones.
Escribir somos nosotros. Somos lo que escribimos, somos como escribimos.

sábado, 13 de octubre de 2012

Alas de libertad


He de empezar a asumir que mi vida estará teñida por siempre de un dramatismo con aires melancólicos.
Una vez me dijeron que nunca pertenecería a nadie completamente… y puede que sea cierto.
No me considero un espíritu libre, pero conozco mis ilimitaciones.
Desear pertenecer a alguien no ha hecho más que coserme dos grandes alas a la espalda y no hay manos o miradas que consigan arrancarlas.
Sentir que has perdido, aunque no sea más que una mera ilusión producto de tu corazón, te concede un poder extraordinario de conciencia real.
La realidad se brinda hacia a ti como una alfombra roja sobre la que caminar, sobre la que pararte a descansar, observar, absorber y abarcar cada uno de sus rincones tan sólo con rozarlos con las yemas de los dedos.
Cuando ya no tienes nada que perder, sí, eres libre.
El resto de la vida se plantea como un territorio explorable nada hostil.