sábado, 30 de agosto de 2014

Del Quijote a Cortázar


Tengo un recuerdo infantil que me acompaña. Recuerdo que en casa de mis padres, en el comedor, había un armario enorme de esos que en sus cajones guardan cuberterías, mantelerías y en las baldas figuritas que uno no sabe muy bien qué sentido tienen; lo típico que alguien cuando va de viaje a algún sitio te regala a la vuelta.
No obstante, aparte de figuritas, también había libros y otras cosas. Así, a bote pronto, recuerdo el de La Celestina, uno de cocina y álbumes de fotografías. Sí, álbumes con fotografías en blanco y negro de cuando mis padres eran jóvenes, ¡eso sí que es una máquina del tiempo! También, ¡cómo no!, el libro de su boda… se casaron en el año 73, pero no entraré en detalles porque me imagino que todos habréis visto alguno.
Pero de toda esa mini biblioteca recuerdo un libro al que yo le tenía una mezcla de respeto, temor y admiración. Me estoy refiriendo al Quijote. Concretamente era este libro que pongo en la fotografía. De vez en cuando me subía a una silla para alcanzarlo, lo cogía, me sentaba en la mesa del comedor y me ponía a ojearlo. Me entretenía viendo sus dibujos, me gustaba, me hechizaba… no recuerdo si leía algo, pero sí que recuerdo que estaba mucho tiempo pasando sus hojas. Luego… llegaba al final y una especie de abatimiento se apoderaba de mí: 997 páginas tenían la culpa. Lo cerraba y lo volvía a dejar en su sitio.


Algunas veces le preguntaba a mi madre si habría alguien que pudiera leerse libros tan gordos y ella me contestaba que sí. “¿Tú te lo has leído?” - le preguntaba- “no, yo no, pero tu abuelo sí”, me respondió.
Mi abuelo se lo había leído. Eso para mí fue algo increíble. Era alguien a quien admiraba por encima de todas las cosas y, lo que es más importante, sin yo saber que se había leído el Quijote.
Supongo que ahora es cuando toca hablar de él y de la relación que tuvimos, pero no, no lo haré; eso lo dejo para cuando escriba mi autobiografía.
Iaio, ¿tú te has leído el Quijote?”, le pregunté un día. “Sí, sí que lo he hecho. Es el mejor libro de la literatura universal”, me respondió.
Sorprendido me quedé… ese libro era el mejor de la literatura universal ¡ya podía serlo para tener 997 páginas! (esto depende de la versión, los hay con más y los hay con menos).
“¿Crees que me lo tendría que leer?” - A lo que él me respondió con otra pregunta - “¿Te gusta leer?” - “”, le contesté. Entonces me dijo algo que se me ha quedado grabado a fuego: “Si una persona te dice que le gusta leer y no se ha leído el Quijote es que no le gusta leer. El Quijote es un libro que todo el mundo debería leer antes de morir”. Es para pensar.
Pasaba el tiempo y yo veía ese libro gordo de color rojo en la estantería del mueble, pero no me atrevía a tocarlo.
Mi abuelo murió una fría noche de un mes de enero, poco más de un mes antes de cumplir yo los veinte. Ese verano, después de muchos años, volví a tener ese Quijote entre mis manos y lo leí. Cuando lo acabé recordé las palabras de mi abuelo referidas a ese libro. La espina que tengo es no habérmelo leído cuando él estaba vivo y que supiera que lo hice. Desde ese verano lo he leído un total de cuatro veces. 

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Esta semana, el martes 26 de agosto, se ha cumplido el primer centenario del nacimiento de Julio Cortázar. Con él siento lo mismo que con el Quijote… desde hace mucho tiempo… está ahí, me llama, me atrae… pero no me atrevo, no sé por qué. Pero también sé que es cuestión de tiempo. Cada lectura tiene su momento.


sábado, 23 de agosto de 2014

Leer el futuro



Si hace veinte años te hubieran dado un libro con la historia de tu vida, ¿lo hubieras leído?
Esta fue la pregunta que le hice mi amiga María hace un tiempo mientras estábamos sentados en un parque. Comenzamos un diálogo de razones bastante interesante a favor y en contra, en algunos puntos coincidíamos y en otros no.
Si hablamos de mí, sí que lo haría, yo sí que hubiera leído la historia de mi vida porque, ¿quién de nosotros no ha dicho alguna vez “si lo hubiera sabido antes…”, “si volviera el tiempo atrás…”, “no lo sabía cuando lo hice…” y más cosas por el estilo? Si se tiene la posibilidad de cambiar las cosas y que vaya bien, ¿por qué no aprovecharlo?
Estoy seguro que habría cosas que no haría. Las cosas que no han salido como yo esperaba no las intentaría… otras, aun sabiendo que están condenadas al fracaso sí… quizá por ese tipo de cosas tengo mis historias.
Soy consciente que mi vida hubiera sido distinta, ni mejor ni peor, simplemente distinta. Hay cosas que no tendría, personas que no hubiera conocido y vivencias que no hubiera vivido, ¿mejores… peores? No lo sé... se supone que estaba escrito lo que me ha ocurrido realmente y no lo que me hubiera ocurrido. En ocasiones un ‘sí’ o un ‘no’ puede cambiar muchas cosas. Al fin y al cabo somos consecuencia de nuestras decisiones. 
Sí, yo quiero que, al igual que a míster Scrooge, se me aparezca el fantasma de las navidades futuras.

martes, 12 de agosto de 2014

Peliculas con nombres de animales



Mi género cinematográfico favorito es el de terror. Pero un terror que, en cierta manera, sea previsible. Me explico. Me encantan las películas de zombis y vampiros porque dentro del miedo que puedan causar es evidente que el peligro se ve… todos saben que hay un zombi o un vampiro merodeando y el susto puede ser menor. Las que menos me gustan son las de espíritus y casas encantadas; con esas me ‘acojono’ porque algún que otro susto me llevo.
Pues bien, hace unos días estuve viendo una película que no sabría cómo definirla. Este tipo de película podría pertenecer al de las absurdas, aunque esté calificada en el género de terror, ya que solamente con el nombre uno puede imaginarse el argumento. Su título era ‘Piranha 3DD’. No contaré de qué va por si alguien la quiere ver… a mí no me gustó, pero como de todo hay en la viña del Señor… quién sabe.
Cuando terminé de verla pensé: “vaya gilipollez de película”. Aparte de que este tipo de películas no tienen argumento, porque vamos a ver, ¿qué argumento puede tener una película que se llame piraña, abejas asesinas, arañas mutantes, tiburón, murciélagos, serpientes en el avión, hormigas… y todos los nombres de insectos que queramos poner delante de una cámara? ¡Pero si está claro! Además que todas acaban igual, siempre hay un último bichito que se ha salvado y acto seguido aparecen los créditos; no falla.
Pero es que las que tienen relación con el mundo marino todavía son más absurdas, ¿por qué? Muy sencillo. Pase que uno no pueda escapar de unas abejas, arañas u hormigas… ¿pero no es fácil escapar de un tiburón o de unas pirañas? ¡Pero si es lo más fácil del mundo! Basta con ponerse en la orilla sin tocar el agua y arreando, ¿o acaso el tiburón y los voraces pececitos llegarán hasta la arena?
Sinceramente, Spielberg fue un genio al hacer de Tiburón un éxito de taquilla y no contento con eso hizo secuelas ¡Es tío es Dios! Porque es que son cosas de cajón. Si se sabe que hay un tiburón o pirañas en la playa, ¿quién va a bañarse ahí? ¿Quién va a ir con un barquito a cazar un tiburón o qué jóvenes intrépidos van a acabar con una plaga de pirañas? Lo dicho, películas sin sentido.
Después de esto pienso en ‘Lo que el viento se llevó’ y no recuerdo ningún huracán. Lo dicho… hay películas que serían prescindibles, pero un mal rato para hacer una mala elección lo tiene cualquiera. 

sábado, 9 de agosto de 2014

La piel y la memoria



Es curiosa la cualidad que tienen algunos reptiles para cambiar la piel. Es un proceso que ocurre cuando la tienen muy gastada, ya sea por el paso del tiempo o por factores climatológicos del lugar en el que viven.
Siempre me pareció algo admirable. Ese proceso se convierte en todo un ritual. La piel vieja va quedando atrás lentamente, sin prisas va abandonado aquello que un día protegió para volver a aparecer transmutado en algo limpio, sin mácula, sin marcas del tiempo. Es un renacer, como si la naturaleza brindase de nuevo la oportunidad de empezar la vida. Cuando he pensado en eso siempre ha sido acompañado de una duda, ¿la memoria cambiaba con la piel o era algo perenne que no sufría la misma suerte?
En muchas ocasiones he querido ser de ese tipo de reptiles. Quizá no tanto mudar mi epidermis como poder hacerlo con la memoria, si mis dudas fueran afirmativas. Más de una vez me hubiera gustado dejar atrás lo vivido, los recuerdos y pensamientos… borrarlo todo y volver a renacer libre de cualquier cosa que haya quedado atrás, tanto buena como mala. Lo malo es evidente… crea dolor, sin más; lo bueno también lo crea, pero distinto… es un dolor por haber perdido, por recordar que un día fui feliz y que por eso que llamamos ‘el paso del tiempo’ todo cambia… el lugar, las personas, las circunstancias… y hasta nosotros lo hacemos, pero no como ciertos reptiles… ni la piel, y quién sabe si la memoria, podemos dejar atrás. 

martes, 5 de agosto de 2014

Un día de playa



No me gusta la playa, nunca me ha gustado y no entiendo el sentido que tiene ir allí de vacaciones. Pero ello no me libra de tener que ir alguna vez durante el verano, evidentemente por acompañar a alguien; el hecho de que yo jamás pasaría días, semanas o un mes allí no implica que no pueda pasar una jornada y luego volver a casa.
Este verano ya he estado un par de veces y salvo fuerza mayor creo que ya tengo completo el cupo playero hasta... no puedo decir hasta el próximo verano, ya que la última vez que estuve fue en 2012.
Pues bien, mi día (a pesar de haber sido dos hablo en singular porque hice lo mismo en ambos) fue de todo menos lo que se supone que se tiene que hacer cuando uno está en ese sitio.
Nada más pisar la arena ya empecé a protestar porque me quemaba la planta de los pies, mientras que mi acompañante se limitaba a decir que “está un poco caliente”.
Cuando decidimos el lugar en el que nos instalaríamos, lo primero que hice fue plantar la sombrilla y colocar la mecedora plegable estratégicamente debajo de ella, de tal forma que ocupase la mayor sombra posible, ya que mi compañera prefería el sol. Seguidamente, me quité la camiseta y me pringué todo de protección solar. Bien, lo más importante, la parte logística ya estaba lista y ahora pasaba a la parte operativa; eran las 11:30 horas y me senté en la mecedora.
Pasado un buen rato, mi amiga me invitó a dar un paseo, cosa que rechacé excusándome en la inapetencia; ella se fue y yo me quedé solo, mirando y observando a la gente.
Lo que más me llamó la atención es que la gente pierde todos sus complejos físicos. Da lo mismo que gordos que delgados, el estilismo es tan limitado que no se tienen demasiadas posibilidades de ocultar nada. Se veían cuerpos de hombres y mujeres que bien podrían ser modelos de Botero. Estoy convencido, que muchas de esas personas que no tiene un cuerpo escultural siempre tienen en mente hacer un régimen alimenticio porque quieren perder unos cuantos kilos… sin embargo no les importa ponerse en bañador o bikini en una playa llena de gente. Eso me resultó, cuanto menos, paradójico.
Otra de las cosas sorprendentes es la cantidad de gente que lleva tatuajes. Cualquier cosa puede servir para decorar cualquier parte del cuerpo. Evidentemente no hay una regla fija para ello, pero en los hombres los lugares preferidos suelen ser en las extremidades y en las mujeres la espalda y la parte delantera.
También es curioso ver la cantidad de mujeres recauchutadas que hay. Es complicado explicar, sin fotografías que ayuden, la diferencia entre una mujer con silicona y sin ella, pero creo que no es muy difícil pensarlo cuando una mujer tiene dos ‘sandías’ muy redondas casi a la altura de la garganta.
Ahora bien, lo que más ridículo me parece son los que se ponen en la orilla del mar con dos palas de madera y una pelotita a jugar a no sé qué. Tiene que ser cosa de la física, porque hace falta ser torpes para no dar más tres o cuatro golpes seguidos, se pasan más tiempo agachándose a coger la pelotita que pegándole con la pala. Y digo yo, ¿éstos no tendrán otro sitio mejor en el que ponerse para no molestar a la gente que pasea por la orilla? ¡Pues anda que no hay playa! A estos les da igual. Se ponen ahí a darle a la pelotita haciendo un esperpéntico alarde de reflejos sin importarles que haya gente caminando.
¿Y aquellos/as que se ponen al sol para ponerse como gambas? Todavía recuerdo la última vez que me puse colorado, de eso hace ya algunos años pero mientras escribo estas palabras todavía recuerdo la horrible sensación de haberme quemado. Sinceramente, no entiendo qué sentido tiene el lucir la piel morena.
¿Pero todavía sigues ahí? ¿No te has levantado?” Mi amiga había vuelto de su paseo más de dos horas después y es lo que me dijo cuando me vio en el mismo sitio, la única diferencia es que había estando jugando con mis pies en la arena. Para no decir que este año he ido a la playa y no me he metido en el mar me levanté, caminé unos metros hacia la orilla, sorteando a esos absurdos pegándole a la pelotita y me metí hasta las rodillas durante unos segundos para volver de nuevo a mi lugar de operaciones, bajo la sombrilla durante tres o cuatro horas más.

sábado, 2 de agosto de 2014

La sonrisa de la Gioconda



Hace años alguien me contó el misterio de la sonrisa de la Gioconda. Quizá no tenga nada que ver con la realidad y probablemente sea una historia inventada; qué más da… me quedo con esa historia, porque sin decir nada lo dice todo y porque viendo el cuadro uno puede pensar que es cierto. Trataré de escribir de la mejor manera lo que recuerdo, ya que no he encontrado nada que verifique o desmienta esta versión, tampoco me perderé en nombres ni fechas exactas, puesto que tampoco aportarían nada a lo que a continuación se podrá leer.
En los primeros años del siglo XVI, Leonardo estaba bajo el mecenazgo de un Medici. Éste, cuyo nombre no recuerdo, estaba casado, pero tenía como amante a la futura Gioconda quien a su vez le unía una gran amistad con da Vinci.
El noble la dejó embarazada, pero al estar casado no tuvo más remedio que abandonarla a pesar de que la amaba. Leonardo, enfurecido por la actitud de su protector, se lo reprochó de tal manera y con tanta vehemencia que el Medici le retiró su protección.
Cuando Leonardo tomó a la modelo para pintar su famoso cuadro le pintó esa sonrisa no por casualidad, sino por venganza a su antiguo mecenas. Esa sonrisa esconde una vendetta que perdurará para toda la eternidad. Con ella, Leonardo le decía al Medici: “Fue tuya y la despreciaste, tuviste su amor y la abandonaste, nunca más volverá a ser tuya. Mírala, ahora estará conmigo para siempre”.
Sea cierto o no esta es la historia que me contaron y dado lo enigmática de la sonrisa, ¿quién sabe? ¿Por qué no creerla?
Hoy no hacen falta lienzos ni pinceles… ni siquiera un Leonardo; es suficiente con una fotografía. Contemplarla, mirarla, detenerse observando cada gesto… una mirada… una sonrisa… corte de pelo… un fondo… La Gioconda se hace actual a cada momento… el Medici la acompaña perenne a lo largo del tiempo.